PERDONADME. Siento no haber escrito nada en tres meses, casi cuatro. No estoy pasando mi mejor época y la primavera me agobia un montón, me hace dormirme a todas horas y lo único que hago es ver pelis, series y (intentar) estudiar. La época en la que más escribo es otoño/invierno, porque mi cabeza se mantiene todo lo fresca que puede estar. El calor la afecta y eso. Escribí esto escuchando Grease y no sé si se me fue un poco la cabeza.
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De sueños imposibles.
Dirigió una mirada a la muchacha. Robin no era gran cosa. Era guapa, pero no poseía la belleza necesaria para que la aceptaran. La Academia sólo escogía a las mejores, tanto en el ámbito del baile como en el físico. La señorita Seymour evaluaba a todas y a cada una de las candidatas, de las que sólo pasaban dos o tres, y aquella chiquilla de apenas catorce años estaba claro que no iba a ser una de ellas. De todas maneras, aun sabiéndolo con certeza, la mujer le dio permiso para empezar con una inclinación de cabeza. La pequeña Robin sonrió débilmente y se colocó en posición. Seymour pulsó el play, que dio lugar a una alegre y despreocupada musiquilla que resonó por toda la habitación.
Y oh, vaya.
Porque aquella jovencísima bailarina giraba a la velocidad de la luz en un giro que no dejaba de ser delicado. Su pelo rojo brillaba en cada uno de los espejos de la sala. Las pecas que la señorita Seymour había tachado de feas y vulgares eran una chispa en su rostro menudo, y sus ojos enormes castaños relucían como nunca. Era el más bello espectáculo que jamás había contemplado. Más bello que aquel recital en París, y que las danzas de Lotte y Lilie, sus antiguas mejores alumnas, con rostros tan pálidos y perfectos que recordaban a rosas húmedas por rocío. Sus labios, antes tan serios y temblorosos, ahora formaban una amplia sonrisa llena de libertad. Una sonrisa que convenció definitivamente a Seymour.
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Hmmm... no he quedado muy satisfecha con el resultado, pero llevo desde enero sin escribir y mejorará, ¡prometido!
